viernes, 8 de septiembre de 2006

Atravesando el Desierto de Atacama

Hace hartos días que volví del Norte sin hallar el momento de sentarme a escribir. Ahora encontré el espacio.

Como les contaba, anduve algunos días por motivos de trabajo en el Norte grande de Chile. Una de las cosas entretenidas que tiene mi profesión, la sociología, es cuando uno va "a terreno" (como se dice en la jerga interna). Cuando uno visita lugares, conversa con personas, conoce historias, aprende muchas veces más que al leer un texto de algún teórico clásico. No es que no haya que leer, pero es que la realidad concreta o material de la vida misma siempre predomina y determina el conjunto de ideas que sobre ella se tejen y construyen (¿tal vez, resabios materialistas dialécticos...?).

La cosa es que el Norte con su aridez impresiona. Si bien iba con un objetivo bien particular, a investigar en torno a un tema bien concreto y específico (cuál es la efectividad de programas públicos que buscan mejorar las condiciones de empleo e ingresos de familias en extrema pobreza), lo más interesante de un viaje siempre ocurre en torno lo imprevisto, lo sorpresivo, lo que va más allá de tu objetivo puntual, lo que está "fuera de programa". Y también cuando te percatas de que, incluso en los lugares más insólitos, el mundo es un pañuelo.

Aquí algunas fotos del viaje y retazos de algunas de estas anécdotas.


Antofagasta

Ciudad de contrastes, como casi toda la segunda región de Chile, a simple vista conviven los autos y camionetas último modelo 4 x 4, fiel reflejo de que estamos en la tierra del cobre (por aquí en esta zona está la mina de Chuquicamata), con la pobreza que se puede ver desde el centro de la ciudad, si se mira hacia los cerros de arena que rodean la ciudad.

Pero también entre los trabajadores de la minería hay desigualdades. Justo en los días que estoy por aquí, los trabajadores de la Compañía Minera Escondida (que es privada y es una de las más grandes del mundo) llevan varios días de huelga, exigiendo mejoras salariales y de beneficios.

La cosa es que lo insólito se me presenta durante un taller que debo dirigir con un grupo de asistentes sociales que trabajan directamente con familias indigentes. Al presentarme con mi nombre y apellido, una de las participantes me pregunta si acaso tengo yo algo que ver con los Morris de Valparaíso. A mucha honra, le respondo que sí. Gran emoción, conoce nuestra historia y éstudió en la universidad en Valparaiso. La memoria la retrotrae a muchos años atrás.

Me voy de Antofagasta con un gusto, una sensación especial. Está cambiada la ciudad desde la última vez que vine para mi viaje de estudios del colegio en 1990. Hay una nueva costanera, mall, grandes tiendas que no recordaba y hasta una nueva playa artificial. El viaje ya comienza a traerme sorpresas.

Camino costero entre Antofagasta y Tocopilla

El siguiente destino es María Elena, pero por facilidad de alojamiento y los tiempos de transporte decido pasar una noche en Tocopilla, que queda mucho más cerca y me permite descansar.

El camino de Antofagasta a Tocopilla (que queda 186 kilómetros más al norte) va bordeando la costa. Viajé durante la tarde, pero por lo nublado parecía ya casi de noche.

Esto es totalmente nuevo para mí, nunca he andado por estos lados. Y es bien impresionante, aquí la cordillera prácticamente choca con el mar y sólo queda una pequeña franja por la que va el camino. Esta no es la cordillera que conocemos en la zona central, no se ven árboles ni plantas. Sólo cerros altos de arena seca que se enfrentan al gran Océano Pacífico.

En la orilla del mar, a ratos se ven grupos pequeños de pescadores. De vuelta en Santiago leí que en alguno de estos mismos lugares en 1971 se detuvo Fidel Castro con su comitiva de improviso para conversar con estos trabajadores solitarios. O sea que hay historia aquí también.

Tocopilla

Y llego a Tocopilla, otro mundo nuevo para mí. Averigüé antes que es una de las comunas más pobres de la región. Dato curioso y paradojal, pues al mismo tiempo esta es llamada "la capital de la luz" porque aquí están ubicadas las plantas eléctricas de Electroandina y Norgener, que abastecen de electricidad a las grandes mineras: Codelco, Escondida, Soquimich. Y también es puerto de salida de gran parte de la producción de cobre y salitre de la zona.

La ciudad es pequeña y bonita, aunque claro, estuve sólo una tarde-noche y la madrugada siguiente aquí. Recorrí el centro y me llamó la atención la plaza escalonada y el contraste entre las casas de colores y el amarillo grisáceo de los cerros de desierto que la rodean.

Al llegar al hotel donde alojé pregunté qué lugares podía aprovechar de conocer en tan poco tiempo. Justo venía saliendo un matrimonio mayor y me comentan lo cambiada que está la ciudad. Les cuento que es mi primera vez en este lugar, que estaré sólo una noche y que quiero llevarme algún recuerdo de aquí.

El hombre me responde que él es también primera vez que viene con su señora, pues hace 45 años que no estaba en el lugar. Había nacido aquí y luego emigrado hacia Viña del Mar, donde conoció a su mujer. Le comento que yo viví allí algunos años y mis abuelos maternos eran de allá, de Chorrillos. Y sorprendidos, me responden que ellos justamente viven en las Torres de la Quinta Claude. ¡Buen viaje! ¡Suerte! Nos despedimos.

María Elena

Y viajo la mañana siguiente a María Elena. Tampoco la conozco. Ciudad histórica, es el único campamento salitrero que sigue existiendo en todo Chile. Las calles del pueblo fueron diseñadas imitando la bandera del Reino Unido, por lo que tiene formas raras y es muy fácil perderse. De hecho, me perdí al llegar, pero como todo es chico, no me costó finalmente llegar a donde iba.

Aprovechando el tiempo antes de tener la reunión que debía tener, recorrí la plaza. Todo está cargado de historia. Hay un teatro remodelado hace algunos años, donde históricamente se desarrolló gran parte de la intensa actividad social y cultural que realizaban los obreros del salitre en la primera mitad del siglo pasado. Hoy se ocupa poco, pues la gente prefiere ver televisión.

Hay también un museo del salitre, una iglesia y un estadio cerca. Pero se ve poca gente en las calles. Una mujer solitaria barre la vereda en frente de su casa. Y unos niños que están en la plaza me dicen sonriendo: "tío, porqué no nos toma una fotito de recuerdo y la manda después por e-mail". Por ahí está la ex-pulpería, hoy conjunto de almacenes.

Luego tengo la reunión de 10:00 a 13:00 y al terminar pregunto por algún lugar donde almorzar, pues el bus pasa a las 14:30. Me recomiendan una muy buena picá, donde me dan de entrada cazuela de ave, seguido por un plato de fondo de carne mechada con arroz y ensalada, más la bebida y el postre. Bien contundente.

En medio del almuerzo, las persianas del lugar comienzan literalmente a volar. Es un fuerte viento que viene desde la costa y levanta en cosa de minutos una gran polvareda de arena.

La dueña del local -que tendrá a simple vista unos 70 años- me mira y me dice "qué raro, esto nunca sucede en esta época, generalmente ocurre a fines de septiembre". Luego me echa la talla, riéndose: "usted llegó, se sentó aquí y trajo la tormenta de viento, va a comer pura arena ahí".

Le comento que es primera vez en este lugar, que parto a las 14:30 y que ha sido una experiencia muy interesante conocer María Elena. Y me dice "Ahhh, qué le apuesto que a las 14:31 cuando ya haya partido el bus, la tormenta va a terminar". Risas, emoción, nos despedimos.

Desierto de Atacama entre María Elena y Antofagasta

La carretera de regreso a Antofagasta va por el medio del desierto, según algunos, el más árido del mundo. Aprovecho de dormir buena parte del viaje, pero también de tomar fotos. A la pasada alcanzo a capturar la oficina salitrera de Chacabuco, en tiempos de la dictadura también campo de concentración.

Y el desierto, grande, seco, imponente, infinito...


Antofagasta y Santiago de noche desde el cielo
Llego a Antofagasta, alcanzo a estar algunas pocas horas, tomo uno de esos exquisitos jugos de mango con leche que venden allá, y parto al aeropuerto para regresar a Santiago.

Las luces de Antofagasta al despegar y de Santiago al aterrizar se ven nítidas desde la ventana. Pero hace frío y está nublado más arriba.

La misma tormenta que entró incipiente, empujando la arena del desierto hacia María Elena, resulta ser parte de un frente de mal tiempo que está ingresando al norte de Chile y que hace zamarrear el avión durante todo el vuelo. Unos días más tarde de hecho llovió, cosa poco habitual en la zona.

Por lo visto, fueron días especiales para los habitantes del Norte grande, al igual que para mí.