viernes, 26 de octubre de 2007

Adiós Lenin, La Vida de los Otros y la película de mi infancia

Los que tengan más o menos mi edad y hayan estudiado en el colegio durante los '80, probablemente identifiquen en el mapa de la izquierda a "Alemania" o "Deutschland" como la mancha amarilla. La parte roja seguramente la conozcan como la "Alemania Comunista", la "Zona Soviética de Ocupación", la "Alemania del Este" o la "Alemania Oriental".

Bueno, fue justo ahí, en ese que de seguro para ustedes es "el lado oscuro de la luna" (porque finalmente las visiones del mundo se van creando y reproduciendo desde muy temprano en el sistema escolar), donde yo nací y viví hasta casi los 9 años de edad, en la
República Democrática Alemana. La ciudad donde viví, Potsdam, quedaba justo debajo del punto amarillo de la derecha (por ese entonces, Berlín Occidental), cerquita del Muro.

Me ha pasado a veces que cuando cuento esto, me miran con una expresión mezcla de sorpresa y compasión y luego me preguntan "¿fue muy duro vivir ahí?", "¿lo pasaban muy mal?", "¿echabas de menos la libertad?". Siempre respondo con mucha sinceridad lo mismo. Sólo tengo recuerdos positivos de mi vida en la infancia allá y mentiría si dijera algo negativo.


¿Y el muro? Yo lo recuerdo como una larga pandereta blanca que simplemente estaba allí y marcaba la frontera con "el otro lado". También recuerdo algún paseo en bote con una amiga alemana de mis padres, por los canales que cruzan Potsdam, adentrándonos en unos paisajes bellísimos rodeados de bosques, hasta que de pronto en medio del agua nos topamos con un letrero que decía en alemán "Atención, Ud. está cerca de la frontera donde acaba la RDA y comienza Westberlin". Hasta ahí se llegaba y había que dar media vuelta. Pero estos recuerdos infantiles para mi no están cargados de connotación dramática, simplemente son un dato de la causa.


Por cierto, en general no es esto lo que mis interlocutores esperan recibir de respuesta, ni es tal vez lo "políticamente correcto" (que en este caso sería criticar, a lo Carlos Cerda o a lo Roberto Ampuero), pero qué le voy a hacer, es la más pura verdad que recuerdo y no puedo traicionar mi propia experiencia de vida, que me indica que allí fui profundamente feliz.


Por eso, cuando ví
"Good Bye Lenin" me sentí de inmediato identificado con el esfuerzo de Alex por inventar una historia que no desilusione a su madre -comunista convencida que cae en estado de coma y luego despierta cuando la RDA ya ha sido absorbida por Alemania Occidental-. En una parte, al final de la película, él comenta que le hubiera gustado que la farsa que construyó -un montaje televisivo con el que la convence de que los alemanes occidentales han demolido el muro para huir en masa hacia el "paraiso socialista"- hubiera sido el verdadero final de la historia de la división de Alemania.

Esto que les cuento no obsta, sin embargo, a que me haya impactado fuertemente la película
"La Vida de los Otros". Para los que no la hayan visto, no les contaré la trama, pero se muestra de alguna forma la otra cara de la moneda: cómo el régimen socialista estuvo basado en gran medida en estructuras ocultas de control, seguimiento y espionaje de la población. Es lamentable ver la realidad de las víctimas, de los disidentes, de los artistas, en fin, de quienes no se ajustaban al 100% a la ortodoxia del Partido.

Yo les digo, por un lado, no es esta la RDA que conocí. Por otro lado, la historia siempre es escrita por los vencedores, quienes de este modo expían sus propios pecados achacando todos los males de la tierra al chivo expiatorio del derrotado. Así fue con Erich Honecker, recibido con honores de Jefe de Estado en 1987 por Helmut Kohl y luego encarcelado unos pocos años después por su mismo antiguo anfitrión. Así está siendo con el Palacio de la República, ex-sede de gobierno de la RDA, en proceso de demolición desde hace varios años.


Como sea, el tema es complejo y me provoca preguntas y sensaciones contradictorias.

¿Hubiera sido posible construir una sociedad socialista sin recurrir a estos mecanismos de control social? Pienso que sí. ¿El hecho de querer construir una sociedad más justa y más igualitaria justifica los medios empleados? Sin duda no. ¿Por otro lado, existe algún país del mundo que no recurra a estos dispositivos, a veces de manera más sutil, por ejemplo, a través de las nuevas tecnologías? En mi opinión, no; cualquier Estado moderno, por definición, aplica mecanismos de control en base al monopolio de la fuerza que le ha sido asignado. ¿Y qué queda en la actualidad como sustrato cultural en los habitantes de la antigua DDR? ¿Qué lecciones se sacan entonces de esta experiencia histórica?


Yo digo que para responder de modo más definitivo estas preguntas se requiere de tiempo y de distancia. Y se requiere también de coraje para reconocer errores, pero también para reconocer méritos. Pero eso quedará para los historiadores, y sobretodo, para los propios alemanes.


Por mi parte, sólo queda ser fiel a mi recuerdo y aportar con mi testimonio honesto y transparente de niño chileno criado al amparo de esas tierras solidarias.
Por eso, me alegré cuando Chile dio asilo humanitario a Honecker para pasar sus últimos meses de vida, y estuve con amigos de mi misma edad entre los cientos de chilenos que lo fueron a esperar al aeropuerto. Otra vez, tengo la sensación de que esto no es lo que muchos esperarían leer, pero es la verdad de lo que siento... y de eso se tratan los blogs, ¿no? Conversémoslo.

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Imagen tomada de http://www.fesi.franken.de/meinewelt/flaggen/loc/loc_ddr.gif