martes, 27 de enero de 2015

Son tus perjúmenes, mujer

En ese tiempo, había visto partir en un cohete -y regresar del espacio en una cápsula colgando de un paracaidas gigante- al primer cosmonauta alemán. Sigmund Jähn había experienciado con un compañero de viaje soviético el milagro de observar por una ventanilla la redondez de la tierra girando sobre su eje.

También había participado de unas curiosas y poco efectivas clases de cueca, dictadas por un chileno alto, flaco y bigotudo en una sala subterránea del block de departamentos de la Koroljowstrasse, en Potsdam Am Stern.

Había sido testigo de múltiples reuniones socio-políticas-culturales-amistosas de mis padres en casa, con la oreja bien pará..., las que inevitablemente terminaban con guitarreo y con adultos grabando misteriosos mensajes ante una cassetera para "el interior", quien sabe con qué destino.

Entre juegos y amistades infantiles, había recibido y escrito postales, dibujos y cartas (muchas cartas...) en papel y a mano, que habían atravesado fronteras, mares y montañas, procedentes de distintos sitios. Yo estudiaba aplicadamente estos lugares extraños de origen, en un libro gordo alemán que incluía todos los países y capitales del mundo.

Sin embargo, entre tanto estímulo, faltaba una pieza para poder construir mi imagen de América Latina, continente lejano y misterioso al que decían pertenecía Chile. Era el año 1980 y yo escuchaba conversaciones de adultos sobre una tal Nicaragua, los cachorros de Sandino, el Frente Sandinista... los rumores que yo no entendía bien -pero sí registraba- hablaban de guerrilleros, de liberación nacional, del fin de la opresión, de campañas de alfabetización, y yo me imaginaba en mi mente infantil a unos superhéroes entrando victoriosos por las calles de Santiago...

En ese ambiente, un día llegó a mi casa un disco de vinilo cantado por un tal Carlos Mejía Godoy. Este señor, con unos tales "de Palacagüina" decía ser la voz y banda sonora de la revolución sandinista, y pasaba de gira por la RDA, actuando en el hoy derrumbado Palast der Republik. El disco, que mi padre oía religiosamente, traía canciones de batalla que alimentaron mi imaginario de 6 años de edad, como podía hacerlo "La Vuelta al mundo en 80 días" de Julio Verne o "Sandokán" de Emilio Salgari.

Pero no fue en el canto de batalla y revolución donde me conecté con la patria grande latinoamericana (también me conmovió pero era otra cosa), sino en una canción simple, pegajosa y que en recitados entre estrofas mencionaba a personajes de nombres tan extraños como Baltazar Nicoya, Espiridión Pichincha, Mincho Calandraca o Cástulo Huendica. Esto me quedó grabado como anticipo de lo que descubriría años más tarde en las letras del realismo mágico. Ahí estaba, frente a mí, la puerta abierta del mundo nuestro, ese que también latía subrepticiamente en mis venas de niño, residente del primer mundo, pasajero del tercero.

Son tus perjúmenes, mujer.